Mons. Enrique Angelelli: “Todo Concilio en la Iglesia es también una metanoia de la comunidad cristiana” (Dr. Luis O. Liberti)


Comentario sobre una ponencia de las III Jornadas Interdisciplinarias: “Cultura-Sociedad-Iglesia. A cuarenta años del Concilio Vaticano II” realizadas en la Universidad Católica de Córdoba, 4 y 5 de junio de 2005.

En esta ponencia el Dr. Luis O. Liberti  analiza un texto de Mons. Enrique Angelelli en el cual, este último, deja plasmadas algunas reflexiones personales acerca del Concilio Ecuménico Vaticano II.[1]

Monseñor Angelelli
Monseñor Angelelli

El ministerio episcopal de Angelelli fue una presencia misionera con incidencia histórica. En él muestra la necesidad de un compromiso con el “hoy” de la historia que invita a superar todo eclesiocentrismo, como lo expresa en este escrito. En él habla de lo que podría sobrevenir a la Iglesia, a partir del nuevo camino que acababa de iniciar al salir al encuentro de la cultura y la historia de la humanidad.

El Dr. Liberti desarrolla su reflexión en dos momentos: el primero, en el que presenta algunas de las reflexiones de Mons. Angelelli; y el segundo, en el que subraya tres ítems sugeridos por el mismo autor, a fin de que la Iglesia postconciliar sea consecuente con el proyecto evangelizador emprendido por el Concilio Vaticano II. Estos tres ítems serían los siguientes:

  • La actualización y la dinámica recepción de la letra y del espíritu del magisterio conciliar
  • el servicio como impronta y criterio evangelizador
  • la respuesta al hoy de la historia de la humanidad como Iglesia abierta a los signos de los tiempos.

La óptica desde la cual trabaja todo el texto es la de la conversión como palabra clave, que se refiere en éste caso a mirar el Concilio como algo no acabado.

Según el mismo Liberti, Angelelli interpreta esta conversión como metanoia[2]: volver a las fuentes (lo que se va dando como trabajo procesual del Concilio). Se trata de un proyecto de búsqueda no cerrado.

En el texto Mons. Angelelli subraya que la Iglesia debe situarse en la “hora histórica”  y ensaya algunas respuestas que surgen de la letra como del espíritu del Concilio. Desde este punto de vista se hace clara la necesidad de conversión en la Iglesia para cumplir con su misión de predicar sin olvidar, las Fuentes.

Monseñor pudo participar en diversos períodos del Concilio Vaticano II (1962, 1964 y 1965), vivió el Concilio como padre conciliar, por lo tanto como un proceso, como una construcción. En sus reflexiones trata de descubrir el impacto del Concilio tanto en la Iglesia como en el mundo. Subraya ante todo, para una adecuada interpretación del Concilio en su letra y su espíritu, la necesidad de una conversión eclesial. El fundamento de dicha conversión será el retorno a las fuentes y afirma que “todo Concilio en la Iglesia es también una metanoia de la Comunidad Cristiana”.[3] Serán necesarias actitudes y acciones nuevas, fundamentalmente el diálogo. Para esto el idioma que deberá usar la Iglesia no podrá ser un idioma triunfalista, sino el mismo que usaba Jesús.

Sugiere que el espíritu conciliar de apertura al mundo deberá darse también en el interior de la Iglesia. Más allá de las posturas que pueden plantearse en relación a este punto (tradicionalista o progresista), lo que en definitiva tensiona o preocupa es el hombre mismo.

Es fundamental restaurar la imagen de  Dios que aún no ha llegado en plenitud para el hombre. Para esto la conversión debe darse en diálogo abierto con la humanidad, con el mundo. De este modo la Iglesia también se evangeliza, se convierte, pasando por una actitud de servicio, por medio del amor concretizado en diálogo y servicio a los más pobres, humildes, afligidos. Esta es una conversión que lleva fundamentalmente al amor, al servicio, que no es sólo una praxis servicial, sino un espíritu de Jesús. Este hecho nos lleva a comprender al agente pastoral, no como un mero activista, sino como aquel que deja obrar a Dios (quien es el que en definitiva realiza la obra). Sugiere mirar al hombre como sujeto de amor de caridad, fortaleciendo la fe y el testimonio de amor y felicidad.

¿Se puede decir que el Concilio ha concluido? Si, puede decirse si hablamos del Concilio como evento, en las aulas, pero aún queda la interpretación, la recepción, siempre vigente, del Concilio como tal, ya que el mismo perdura en sus documentos como en su espíritu.

A partir del Concilio Vaticano II, la pastoralidad se convirtió en el primer criterio de verdad, y hace referencia a una determinada visión de la economía de la salvación. La recepción se manifiesta como algo dinámico, donde actúa el espíritu de Dios, está ligado a un “pasar por el corazón” y a la memoria viva eclesial. Como padre conciliar, Mons. Angelelli, va centrando su reflexión y praxis en el modelo de una Iglesia servidora del hombre, sirviendo al modo de Cristo, desde abajo. La Iglesia como servidora debe promover a la humanidad. Pero la Iglesia no está vinculada al mundo de cualquier manera, sino en tanto que Ella hace referencia al reinado de Dios. Reino de justicia y fraternidad universal al que Dios quiere convertir el mundo y sus habitantes.

El tema central del Concilio fue la Iglesia y ésta se encuentra inseparablemente ligada al tema de Dios y del hombre. Para ser mediadora y camino de acceso del hombre a Dios, se hace imprescindible que se vea permanentemente unida a las fuentes mismas de su existencia, a su fundador, tomando siempre su ejemplo y siendo fiel a Él. Semejante misión sólo puede llevarse a cabo transitando por el camino de la continua conversión. Por eso es ésta una de las palabras clave para comprender el Concilio. Su recepción no es algo pasivo. Monseñor ya subrayaba esto apenas finalizado el Concilio, y hasta hoy  continua estando vigente.

Un  desafío actual de la Iglesia es ver desde dónde, hoy, nuestro testimonio eclesial sigue convirtiéndonos, y hacer que el Concilio Vaticano II siga siendo un proyecto de continua conversión.

 

 


[1] Cf. E. Angelelli, «Reflexionando mientras concluye el Concilio», sin más datos. El escrito está tipiado a máquina de escribir, y en hojas tamaño oficio, con constantes correcciones manuales. Tiene un total de seis carillas. Pudo ser redactado al finalizar las sesiones del Concilio Vaticano II en diciembre de 1965.

[2] «La metánoia», palabra griega que significa conversión, es el movimiento interior que surge en toda persona que se encuentra con Cristo.

[3] E. Angelelli., «Reflexionando mientras concluye el Concilio», 4.

 


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