El valor de la Liturgia

El valor de la Liturgia

La liturgia es el culto público y oficial de la Iglesia, la forma o ritos por los que el pueblo fiel comparte y celebra el misterio de la fe.

La celebración eucarística, centro de la liturgia cristiana.

Seguramente varias veces hemos oído, a las mismas personas que se llaman cristianas, decir que no van a misa porque no le ven el sentido, porque se aburren, porque no tuvieron tiempo, o no les gusta el cura, entre otras razones. Cuántas veces, no hemos sido nosotros mismos los que hemos dicho algunas de estas frases, aunque sea alguna de ellas. Pero, ¿sabemos realmente qué es la liturgia, cuál es la función e importancia que tiene dentro de la Iglesia y dentro de nuestra vida como creyentes?

Los signos litúrgicos intentan dar cuenta de la realidad invisible y trascendente que se hace presente en medio de la comunidad. El culto es la acción por la que rendimos alabanza y adoración al Dios en que creemos, y es esta misma fe la que nos convierte en pueblo fiel. Pero muchas veces nuestra fidelidad se orienta a otros lugares y dejamos de ser fieles al Dios en el que decimos creer. Dejamos de celebrar el misterio de la fe y ésta se debilita día a día. Por eso podemos decir que la liturgia es el modo en que nuestra fe se alimenta y nutre.

Su importancia es fundamental para la vida del creyente, pues en ella no sólo exterioriza su fe, sino que hace presente la salvación de Cristo. Más allá de las variantes en gestos, palabras y actitudes, lo esencial de la liturgia es hacer que el corazón del hombre se acerque cada vez más a su Creador para llegar a la conquista de la vida eterna que esperamos. Podemos decir que la liturgia es un principio de fecundidad dentro de la Iglesia, por la que nuestra vida espiritual se desarrolla, crece y vigoriza.

Pero el cristianismo es una fe comunitaria, no se trata de un crecimiento personal individual. No es una relación únicamente entre mi Dios y yo. Por supuesto que existe necesariamente un momento entre Dios y yo en la intimidad de mi corazón, pero esta relación, por estar fundamentada en el Amor, que es Dios mismo, se encuentra orientada a salir del binomio para llegar a otros. Creer en Jesucristo nos exige amarlo y encontrarlo en los hermanos. Por eso la celebración de nuestra fe no puede ser otra cosa que comunitaria. Todos los que compartimos la misma fe, nos unimos en la celebración litúrgica para celebrar el misterio de la salvación que es Jesucristo. Ya no es mi Dios, sino nuestro Dios.

Por esto es de suma importancia no vivirla como un acto obligado, automático, en el que repetimos formulas de memoria, en un templo lleno de personas sin ninguna conexión entre sí. Tenemos que preocuparnos por vivir los signos y actos que realizamos en la celebración, teniendo en cuenta que una comunidad no es una simple agregación aritmética de una multitud de fieles, sino la Iglesia misma en unión profunda por una misma fe. Cuando celebramos la misa no sólo estamos unidos a los demás fieles que están en ese preciso momento y lugar junto a nosotros, sino que entramos en plena comunión con la Iglesia toda. Un solo cuerpo, cuya cabeza es Cristo.

Desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual. Así se hace Cristo realmente presente en la Iglesia en la acción litúrgica: en el sacrificio de la misa, en los sacramentos, en su palabra, en la Sagrada Escritura es Él quien habla, cuando la Iglesia suplica y alaba. “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18,20). Así vivida, la liturgia contribuye a la santificación del hombre, lo cual lleva la presencia de Cristo a cada acción nuestra en el mundo. Cuando nos alejamos de la liturgia o perdemos su significado real, sólo contribuimos al detrimento de nuestra fe, nuestra coherencia de vida y nuestra unión con  Cristo por la caridad.

 

 


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