Iglesia católica, momentos de crisis y reconfiguraciones

Iglesia católica, momentos de crisis y reconfiguraciones

El recurso sistemático, por parte de la jerarquía eclesial, a definir como causa de la crisis actual del cristianismo y de la Iglesia “[…] la extensión por Europa de una cultura inmanentista, materialista, relativista, secularista y laicista”,[1] ha profundizado quizás el alejamiento de muchos creyentes de la institución. Esta postura, tan arduamente defendida por la Iglesia institución, ya sea en documentos, discursos u homilías, evidencia una negación a reconocer los problemas internos de la misma junto a la dificultad para enfrentar la responsabilidad de los miembros de la jerarquía. J. M. Velasco se pregunta si no es justamente este modo de presentar a la Iglesia, “[…] resumida en el modelo de sociedad perfecta” y “[…] el lugar central atribuido a la institución, […] lo que ha contribuido a velar el Evangelio de Jesucristo para las sociedades modernas […]”.[2]

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Este contexto de crisis institucional de la Iglesia y de muchos cristianos, agravada por la crisis del sacerdocio, nos lleva a pensar en lo que podríamos definir como enfriamiento o estancamiento, que corre el riesgo de terminar en inactividad y obstáculo para que el Evangelio se haga realmente eficaz en numerosas comunidades. Recientemente, luego de su visita a México, el Papa Francisco expresó algo que mucho tiene que ver con esta crítica a ciertas prácticas dentro de la Iglesia que han alentado la crisis actual: la vida cristiana es concreta como Dios es concreto, pero muchos cristianos se atienen a ‘fingir’ haciendo de la pertenencia a la Iglesia una ocasión de prestigio en vez de una experiencia de servicio a los demás.[3] “El pueblo de Dios necesita pastores y no funcionarios ‘clérigos de despacho’”.[4]

Una detenida observación sobre diversas situaciones de la vida eclesial revela que existen numerosos casos en los cuales son los laicos que aún permanecen ligados a la Iglesia de algún modo, en medio de las vicisitudes y exigencias de la cotidianeidad, quienes se han transformado en relevantes trabajadores por la evangelización ante la escasez de sacerdotes y parte del clero (y no pocos autodefinidos “católicos”) que aparentemente no evidencian la necesaria coherencia entre vida y fe.[5] Esto nos recuerda que el problema de la situación de los laicos en el marco de la Iglesia no es menor. Nos lleva nuevamente al tema de la concepción de Iglesia que juega de fondo:

“Una Iglesia concebida como sociedad perfecta, ubicada por encima de las estructuras temporales y con un perfil de confrontación intransigente hacia la modernidad, ha fenecido tanto en sus capacidades para regular la vida cotidiana de los sujetos como para evitar la sangría en su feligresía”.[7]

Este problema se halla atravesado por la distancia que existe entre los discursos oficiales de la misma en cuanto a ellos, los imaginarios, y las realidades concretas que se viven en las comunidades. Dado que la gran mayoría del Pueblo de Dios son los laicos este problema parece acuciante.[8] Quizás gran parte de esta crisis de la Iglesia se halle ligada al distanciamiento existente entre esos tres parámetros.

Uno de los grandes aportes de la modernidad ha sido el hacer consciente al hombre de su libertad y autonomía. Pero esto ha impuesto una serie de revisiones y transformaciones a la Iglesia y su modo de presentar la revelación, las que aún hoy encuentran gran resistencia en no pocos ámbitos de la misma. En el momento actual todavía persiste un concepto de revelación como “lista de verdades inspiradas” en las cuales debemos creer sin objeciones y sin la más mínima esperanza de comprenderlas. Se imponen arbitrariamente y amenazan con acabar convirtiendo nuestra experiencia de la fe en indiferencia. Como afirma A. Torres Queiruga: “una concepción fiel a los datos de la crítica bíblica comprende que la revelación actúa a través del psiquismo humano”.[9] Así es realmente posible vivir una fe personal, comprometida, hallando una verdadera conexión entre fe y cultura en un diálogo que supera cualquier autoritarismo. Dicha interacción es mucho más poderosa de lo que aparenta a primera vista, pues “dentro de la Iglesia puede poner las bases para fomentar la libertad teológica y la responsabilidad creyente y deslegitimar todo autoritarismo institucional”.[10]

Todos nuestros discursos y modos de referirnos a Dios, tanto en nuestro pensamiento como en nuestras prácticas piadosas, deben ser puestos a revisión. Pues en éstos, muchas veces, se esconde una incoherencia y un anti-testimonio de la fe que juramos proclamar.[11] Desde la modernidad la Iglesia carga sobre sus espaldas una distorsión de la imagen de Dios promoviendo, en sus discursos y sus prácticas, el absolutismo político y la desigualdad social. Aunque muchos comprendieron que ese no era el verdadero rostro de Dios y que en esas políticas no estaba representado Su deseo sobre la humanidad, tuvo tan graves consecuencias, que hasta el día de hoy siguen siendo palpables.[12] “Una de las perversiones que amenazan a toda religión es justamente la de agravar con el recurso a Dios el drama del dolor natural y legitimar con la sanción divina la perversión de la injusticia social”.[13] Cuando la injusticia se da en el interior de la misma Iglesia, la falta es aún mayor por la falta de testimonio.

Sin embargo, como afirma C. Schickendantz: “en nuestras crisis están latentes nuestras oportunidades”.[14] En las circunstancias descriptas, que de ninguna manera pretenden ser una enumeración exhaustiva de los problemas que aquejan a la Iglesia, debemos aprender a descubrir las oportunidades de encontrar nuevos caminos más acordes al Evangelio. El seguimiento de Jesús no nos permite quedarnos inmóviles, perplejos o cómodos ante los desafíos de la historia humana. Por el contrario nos moviliza a una búsqueda constante de ser siempre más fieles al Reino. Quizás la desinstitucionalización de las creencias sea un llamado a buscar algunas reconfiguraciones en la religión de nuestra época menos estáticas, con una consciencia más fluida, para no caer en la tentación de solidificar una imagen de Iglesia determinada sustituyendo el misterio real de Dios por un ídolo.[15]

 

[1] VELASCO, J.M., “¿Qué rechazan los que rechazan la Iglesia?”, 36.

[2] Ibíd. 37.

[3] Cf. FRANCISCO, Homilía del 23 de febrero de 2016, en Santa Marta [en línea]. Disponible en: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2016/documents/papa-francesco-cotidie_20160223_entre-hacer-y-decir.pdf. [Consulta: 16/03/2016]

[4] ESQUIVEL, J. C., “Catolicismo y modernidad en Argentina: ¿De la confrontación a la conciliación?”, 211.

[5] Por lo relevado del resultado de los estudios mencionados anteriormente. Ver también nota 29.

[6] Cf. FRANCISCO, Homilía del 23 de febrero de 2016, 2.

[7] ESQUIVEL, J. C., “Catolicismo y modernidad en Argentina: ¿De la confrontación a la conciliación?”, 211.

[8] EG 102.

[9] TORRES QUEIRUGA, A., “La imagen de Dios en la nueva situación cultural”, 110.

[10] Ibíd. 111.

[11] Cf. Ibíd. 114.

[12] Cf. Ibíd. 115.

[13] Ibíd. 116.

[14] SCHICKENDANTZ, C., «Reformas en la Iglesia. Una mirada desde una universidad de inspiración cristiana», 11.

[15] Cf., TORRES QUEIRUGA, A., “La imagen de Dios en la nueva situación cultural”, 105.